“El “club central del Pueblo”
verificaba su tercera sesión y aplaudía á los oradores que con tanto acierto
estudiaban la cuestión política, cuando de pronto se entregó una carta al
ciudadano presidente del club, en el cual se le manifestaba que Margarita Maza
de Juárez había dejado de existir. El general Negrete, bastante conmovido,
propuso que el club honrara la memoria de tan apacible señora, asistiendo á los
funerales, y nombrado al efecto un orador, cuyo nombramiento recayó en mí.
Desde el instante en que se
autorizó mi voz para hablar en nombre de un pueblo sobre la fosa abierta de
Margarita, mil y mil ideas vinieron del pasado á ocupar mi imaginación, y á
pedirme todas ellas un lugar preferente en mi fúnebre discurso. ¡Es tan triste
evocar un recuerdo!.... ¡Es tan doloroso alzar el sudario para buscar en él un
cuerpo humano! Y sin embargo, llega el momento
en que es preciso hacerlo, en que es necesario tocar el borde del sepulcro para
estudiar desde allí el valle de la vida.
¡Margarita ha muerto! Se ha dicho
desde la alcoba que recibió su postrer adiós al mundo, y esa palabra
atravesando por entre el ramaje de los árboles ha corrido de calle en calle, de
boca en boca, hasta tropezar con nuestro club, el cual, como herido de un rayo,
ha contestado con un solo gemido, con una sola y fúnebre demostración. Nada, señores, es más natural que
morir, nada es más fácil que ocupar un sepulcro; y sin embargo, cuando una
persona amada abandona la vida, nos preguntamos todos si aquello es posible, y
si el cadáver que tenemos delante de nuestros ojos es el de la persona que ayer
reía y disfrutaba del placer.
¡Margarita era tan buena! llevaba
en su rostro pintada de tal manera la bondad y el cariño, que nunca pudiera
creerse que la ira ni el encono empañaran su carácter ¡Cuántas, cuantas veces
la he visto! La reacción apuntaba sus cañones sobre las muralla de Veracruz,
cuando ese ángel de ternura llegaba á unirse á su esposo para comenzar desde
entonces una peregrinación triste y dolorosa. En Nueva York cruzaba las calles
acompañada de sus hijos, á quienes llevaba á los planteles de educación para
aprovechar dignamente el nebuloso tiempo de su proscripción, Allí vino la muerte á tender la guadaña en su
familia, y un niño ocupó en suelo extranjero una pequeña sepultura. La madre
derramó esas lágrimas que solo una madre sabe derramar, pero á semejanza del
ave que ha perdido su hijo, tendió su vista en derredor, y al ver otros hijos
que reclamaban su amparo, abrió los brazos, los estrechó en ellos, y el cielo
le aconsejó desde entonces la calma y la resignación. Margarita ha sentido con la democracia, y con
la democracia ha gozado también. Jamás, ¡oh, sí! jamás la vanidad y el orgullo
la levantaron á la fatuidad y al despotismo: en el hogar doméstico y rodeada de
su familia, se entregaba á sus labores con la misma sencillez que cualquiera
otra persona de menos representación social, y veía siempre en Juárez á su
esposo : nunca al primer Jefe de la República : el pobre hallaba en sus manos
la limosna; el soldado veía en ella á su protectora, y no pocas lágrimas se
enjugaron con la mano de ese ángel. Juárez ha perdido en ella la mitad de su
vida : sus hijos el timón del hogar doméstico, y la sociedad un alma
bienhechora!....
Adiós, Margarita; lo que yo digo
ahora en tu sepulcro, lo he dicho también cuando vivías. Mis palabras no son un
discurso, sino una plegaria; no te he traído mi cabeza, sino mi corazón. Un pueblo que reconoce tus virtudes y que las
venera, viene conmigo: ese pueblo te respeta como la esposa del primer
gobernante, y te ama como la bienhechora de los pobres. Cada uno de los hombres
que forman este pueblo, abandona sus talleres hoy para demostrarte su duelo;
¡tantos y tantos corazones laten y sienten solo para ti!
Y vosotros, señores, que
secundáis esta reunión, decid al primer magistrado de la República, que el Club
central del pueblo le envía su pésame, y que sobre la tumba de la virtusosa
Margarita, viene a poner su flor de despedida.- Joaquín Villalobos.”
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