¡Mexicanos!
Al restablecer el gobierno legítimo en la antigua capital de la
nación, os saludo por la restauración de la paz y por los óptimos frutos de las
victorias que lograron vuestras huestes valerosas. En desahogo de mis
sentimientos, debo mostrar a la faz del mundo, el orgullo que me cabe de tener
por patria un pueblo tan grande en el primer siglo de los pueblos.
¡Mexicanos!
Cuarenta años hace que el jefe de las tres garantías dijo a nuestros
padres que les había enseñado el modo de ser libres. Mas vosotros, de nadie
sino de vosotros mismos, aprendisteis a acometer y rematar la empresa gigantesca
de la democracia en México. Vosotros domasteis una facción audaz y poderosa y
arrojasteis a los vientos sus títulos. Gracias a vosotros, gracias a vuestras
legiones inmortales, no existe ya en la tierra de Hidalgo y Morelos la
oligarquía armada, ni la otra más temible del clero que parecía incontrastable
por la influencia del tiempo, de los intereses y de los prestigios. ¡Honor y
gloria a los guerreros del pueblo y a sus insignes jefes, por haber peleado
hasta conseguir que la patria no sea más el objeto de cruel ansiedad para sus
hijos, de compasión para sus amigos, de menosprecio y de asechanzas para los
especuladores de sus desaciertos!
En adelante no será posible mirar con desdén a la República Mexicana,
porque tampoco será posible que haya muchos pueblos superiores a ella, ni en
amor y decisión por la libertad, ni en el desenvolvimiento de sus hermosos
principios, ni en la realización de la confraternidad con los hombres de todos
los pueblos y de todos los cultos.
¡Mexicanos!
En el estruendo de las batallas proclamasteis los principios de
libertad y Reforma, y mejorasteis con ellas vuestro Código fundamental. Fue la
Reforma el paladión de la democracia y el pueblo ha derramado profusamente su
sangre por hacerla triunfar de todos sus enemigos. Ni la libertad, ni el orden
constitucional, ni el progreso, ni la paz, ni la independencia de la nación,
hubieran sido posibles fuera de la Reforma y, es evidente, que ninguna
institución mexicana ha recibido una sanción popular más solemne ni reunido más
títulos para ser considerada como base de nuestro derecho público. Por eso mi
gobierno la ha sostenido con vigor y ha desarrollado con franqueza sus
principios saludables. Durante la terrible lucha del pueblo contra la aristocracia,
trasplantada de la colonia española a México independiente, nada ha tenido que
hacer, sino apoyar el espontáneo y vigoroso impulso de la opinión. La buena
senda era clara y segura, porque un pueblo denodado marchaba por ella. Mil veces más difícil hubiera sido realizar el criminoso empeño de una
defección y, por otra parte, el mundo entero no hubiera podido ofrecerme un
galardón que igualase a la conciencia de haberme identificado con las leyes y
con la suerte de mi patria en los días tormentosos de que ha salido con tanta
gloria.
¡Mexicanos!
Inmensos sacrificios han santificado la libertad en esta nación. Sed
tan grandes en la paz como lo fuisteis en la guerra que llevasteis a un término
tan feliz y la República se salvará. Que se consolide, pasada la lucha, esa
unión admirable con que los estados hicieron propicia la victoria. Que sea más
profundo que nunca el respeto a la legalidad y a la Reforma, tan heroicamente
defendidas, y la obediencia a los poderes generales, que son la garantía de la
federación y de la nacionalidad mexicana. Si ofrecéis el ejemplo de un pueblo
libre que sabe darse y cumplir sus propias leyes; si cooperáis con vuestra
voluntad potentísima al buen éxito de las medidas emanadas de una
administración que ha sostenido con lealtad vuestra causa en tiempos azarosos.
¡Mexicanos!
Las enormes dificultades de la gobernación, aglomeradas por la guerra,
serán vencidas irremisiblemente; una amnistía tan amplia como la sana política
puede aconsejarla y que, por lo mismo, no alcanzará a aquellos crímenes cuya
impunidad sería una falta gravísima y de todo punto injustificable, restituirá
la calma a los ánimos y restaurará el imperio de la moral arruinado por las
sediciones; la justicia reinará en nuestra tierra; la paz labrará su
prosperidad; la libertad será una realidad magnífica y la nación atraerá y
fijará sobre sí la consideración de todos los gobiernos y las simpatías de
todos los pueblos libres o dignos de serlo. En cuanto a mí, dentro de muy breve
tiempo entregaré al elegido del pueblo el poder, que sólo he mantenido como un
depósito confiado a mi responsabilidad por la Constitución. Dos cosas colmarán
mis deseos: la primera el espectáculo de vuestra felicidad y la segunda,
merecer de vosotros, para legarlo a mis hijos, el título de buen ciudadano.
México, enero 10 de 1861.
Fuente: Castillón ,J.A . Informes y manifiestos de los Poderes Ejecutivo y Legislativo de; 1821 á 1904. Imprenta del Gobierno Federal. 1905.
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