El ciudadano del porvenir habrá
de corresponder a un tipo leal, honrado, limpio, enérgico y laborioso; que
quiera a su patria entrañablemente , sin necesitar engañarse , para quererla,
sobre los males y las flaquezas que aún la agobian y que sea digno de
comprender esas flaquezas y aquellos males, no para exagerarlos con la ironía o
el pesimismo, sino para corregirlos con el trabajo, con el sacrificio, con la
virtud. Un tipo de ciudadano veraz en todo; veraz con sus semejantes y veraz
consigo mismo; fiel a su palabra; superior a las mezquindades del servilismo
gregario y la adulación; que no se cruce de brazos ante las dificultades,
esperando que lo salven de ellas, tardíamente un golpe de suerte, un medro
ilegítimo, una astucia vil. Un ser que no abdique de su derecho por timidez o
por negligencia, pero que no los ejerza abusivamente y que, sobre todo jamás
olvide que la garantía interna de esos derechos radica en el cumplimiento de
los deberes, porque sin el cumplimiento de los deberes, cualquier derecho
resultaría un privilegio exclusivo y excepcional. Un ser que ame la vida y que
la enaltezca. En fin, un tipo de ciudadano capaz de juzgar de las cosas y de
los hombres con independencia y con rectitud, porque sea capaz de juzgarse a sí
mismo, antes que a los otros y que sepa que, por encima de la libertad que se
obtiene como un legado, el destino de los pueblos coloca siempre la libertad
superior: la que se merece.
Jaime Torres Bodet
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