BLOG DE ADRIAN CRUZ MARTINEZ // In nican ca tlamachilliztlatolzazanilli ye huecauh mochiuh- Aquí están las palabras-recuerdo que repiten lo que se sabe que sucedió en la antigüedad

domingo, 13 de marzo de 2016

!Los valientes no asesinan!



El 13 de marzo de 1858 el Teniente Antonio Landa tomó prisioneros en Guadalajara, Jalisco al presidente Benito Juárez y a su gabinete, son llevados al Palacio de Gobierno. Al día siguiente el Capitán Filomeno Bravo y 25 de sus soldados del 5º Batallón  llegan a Palacio con la intención de fusilar al presidente.
14 de marzo de 1858 :
«Aquella terrible columna, con sus armas cargadas hizo alto frente a la puerta del cuarto… y sin más espera, y sin saber quién daba las voces demando, oímos distintamente: “¡Al hombro! ¡Presenten! ¡Apunten!”… Como tengo dicho, el señor Juárez estaba en la puerta del cuarto; a la voz de “apunten”, se asió del pestillo de la puerta, hizo hacia atrás su cabeza y espero… Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez… yo no sé… se apoderó de mí algo de vértigo o de cosa de que no me puedo dar cuenta… Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo… abrí mis brazos… y ahogando la voz de «fuego» que tronaba en aquel instante, grité: “¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan…!" y hablé, hablé, yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto y poderoso, y veía, entre una nube de sangre, pequeño todo lo que me rodeaba; sentía que lo subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies… Repito que yo hablaba, y no puedo darme cuenta de lo que dije… a medida que mi voz sonaba, la actitud de los soldados cambiaba… un viejo de barbas canas que tenía al frente, y con quien me encaré diciéndole: "¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía…!” alzó el fusil… los otros hicieron lo mismo… Entonces vitoreé a Jalisco. Los soldados lloraban protestando que no nos matarían y así se retiraron como por encanto… Bravo se pone de nuestro lado. . Juárez se abrazó de mí… mis compañeros me rodeaban llamándome su salvador y salvador de la Reforma… Mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas.»
Guillermo Prieto (1818-1897)

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