Cuántas veces en medio del camino
sin flores y sin luz de la existencia,
bajo el peso fatal de mi sentencia
me detengo cual triste peregrino.
Cansado de sufrir, la frente inclino
e implorando del cielo la clemencia,
pido un ángel bendito de inocencia
que me ayude a luchar con el destino.
Mas vano ha sido mi constante anhelo;
en el mar de mi vida no hay bonanza,
y si angustiado me dirijo al cielo,
mi suspiro se pierde en lontananza;
sólo guardo en tan hondo desconsuelo
en lo íntimo del alma una esperanza…
José María Pino Suárez
Mérida, 1891
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