Al aceptar que figurara mi nombre
como candidato a la Presidencia de la República, en mi Manifiesto lanzado a la
Nación desde la Villa de Nogales, Sonora, el 1º de junio de 1919, lo hice con
la certeza de que la lucha política se desarrollaría con absoluto apego a la
ley, y que el actual Primer Mandatario de la Nación, que acaudilló la
sangrienta revolución de 1913, continuación de la que iniciara en 1910 el
Apóstol de la Democracia, don Francisco I. Madero, que tuvo por principio
básico la libertad de sufragio, velaría porque en la lucha política las
autoridades todas del país observaran la más estricta neutralidad para que el
pueblo todo de la República pudiera de la manera más libre y espontánea, elegir
a sus mandatarios.
Los hechos nos han venido a
colocar frente a la más dolorosa de las realidades, hechos que se han traducido
en atentados de todo género, inspirados por el Primer Mandatario de la Nación y
ejecutados sin escrúpulo por muchos subalternos, que a la voz de la consigna,
se han disputado el honor de vestir la librea del lacayo. El actual Primer
Mandatario de la Nación, olvidando su alta investidura de suprema autoridad, se
convirtió en jefe de una bandera política y puso al servicio de ésta todos los
recursos que la Nación le confió para su custodia, y violando cada principio
moral, abiertas las cajas del Tesoro Público y utilizando sus caudales como
arma de soborno para pagar prensa venal, ha tratado de hacer del Ejército
Nacional un verdugo al servicio de su criterio político, y la posterga, la
intriga y la calumnia han gravitado alrededor de los miembros de dicho Ejército
que conscientes de su honor de soldados y de su dignidad de ciudadanos, se han
negado a desempeñar funciones que mancillan su honor y su espada.
El mismo Primer Mandatario se ha
despojado, en su apasionamiento político, del respeto que toda autoridad debe
guardar a nuestras leyes, dictando una serie de atentados en contra de los
adictos a la candidatura independiente y contra el mismo candidato, cuyos actos
lo han exhibido como un ambicioso vulgar y apartado por completo del camino que
marcan el deber y la ley, trata de imponer al país un sucesor que concilie su
pasado y sirva de instrumento a sus insondables ambiciones de él y a la del
círculo de amigos que han hecho de la Cosa Pública una fuente moderna de
especulación.
Que el mismo Primer Mandatario, Jefe
nato del partido “bonillista”, al darse cuenta de que una mayoría aplastante de
los ciudadanos de la República rechazaban con dignidad y con civismo la brutal
imposición, provocó un conflicto armado, para en él, encomendar a la violencia
un éxito que no pudo alcanzar dentro de la ley, y a este conflicto, que fue
provocado para el Estado de Sonora, han respondido las autoridades y los hijos
de aquel Estado con una dignidad que ha merecido el aplauso de todos los buenos
hijos de la Patria. El mismo Primer Mandatario, al sentirse azuzado por la
humillación y el desprecio que le produjeron la actitud de Sonora, creyó
detener los acontecimientos y hacer variar el criterio político de aquella
entidad con un nuevo plan que se tradujo en la más buena de las calumnias
contra el Candidato Independiente, iniciando un proceso en el que aparece, el
primero, como acusador; estableciendo, además, sobre el mismo Candidato la más
estricta vigilancia por él encomendada a los mismos ejecutores del asalto de
Tampico. En tales condiciones se hace imposible continuar la campaña política e
indispensable empuñar de nuevo las armas, para reconquistar con las armas en la
mano, lo que con las armas en la mano se trata de arrebatar.
Suspendida la lucha política por
los hechos antes relatados, y siguiendo la vieja costumbre de servir a mi
Patria cuando las instituciones están en peligro, me improviso nuevamente en
soldado, y al frente del Gran Partido Liberal, que con distintas
denominaciones, sostuvo mi candidatura en la lucha política, me pongo a las
órdenes del ciudadano Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de
Sonora, para apoyar su decisión y cooperar con él, hasta que sean depuestos los
Altos Poderes: el Ejecutivo, por los hechos enumerados antes; los otros dos,
porque han sancionado con su complicidad, la serie de atentados dichos. No es
por el camino de la violencia por el que pretendo llegar al Poder, y declaro
solemnemente que actuaré subordinado en lo absoluto al ciudadano Gobernador
Constitucional de Sonora, que ha recogido con dignidad y con civismo, el legado
de nuestros derechos conquistados por el pueblo, en una lucha sangrienta que
lleva ya diez años, y que estuvieron a punto de desaparecer bajo la acción
criminal de un hombre que lo traicionó.
http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/1/121/32.pdf
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