Señor:
Amaneció por fin el día de
nuestra libertad y de nuestra gloria: fijóse la época de nuestra feliz
regeneración; y en este momento venturoso hemos comenzado á recoger el fruto de
nuestros sacrificios. El pueblo americano reintegrado, á merced de sus heroicos
esfuerzos, en la plenitud de sus derechos naturales, sacude hoy el polvo de su
abatimiento, ocupa el sublime rango de las naciones independientes, y se
prepara á establecer las bases primordiales sobre que ha de levantarse el
imperio más grande y respetable.
Dignos representantes de este
pueblo: á vosotros se confía tamaña empresa; vuestro patriotismo, vuestras
virtudes y vuestra ilustración os han llamado á los puestos en que acabáis de
colocaros: la opinión pública os señaló con el dedo para depositar en vuestras
manos la suerte de vuestros compatriotas: yo no he hecho más que seguirla.
Nombrar una Regencia que se
encargue del Poder Ejecutivo; acordar el modo con que ha de convocarse el
cuerpo de diputados que dicten las leyes constitutivas del Imperio y ejercer la
potestad legislativa mientras se instala el Congreso nacional: he aquí las
delicadas funciones en cuyo laborioso y acertado desempeño se vincularán sin
duda la celebridad de vuestro nombre y la eterna gratitud de nuestros
conciudadanos.
Una vez derrocado el trono de la
tiranía, á vosotros toca sustituir el de la razón y humanidad. Sí, vosotros le
sustituiréis, porque la sabiduría dirigirá siempre vuestros pasos, y la
justicia presidirá en todas vuestras deliberaciones. La ley recobrará su
eficacia, y en vano se esforzarán la intriga y el valimiento: los empleos y los
honores formarán la divisa de la virtud, del amor de la patria, de los talentos
y de los servicios acreditados. En suma, una administración suave, benéfica é
imparcial hará la felicidad y engrandecimiento de la Nación, y dulce la memoria
de sus funcionarios.
Acaso el tiempo que permanezcáis
al frente de los negocios no os permitirá mover todos los resortes de la
prosperidad del Estado; pero nada omitiréis para conservar el orden, fomentar
el espíritu público, extinguir los abusos de la arbitrariedad, borrar las
rutinas tortuosas del despotismo, y demostrar prácticamente las indecibles
ventajas de un gobierno que se circunscribe en la actividad á la esfera de lo
justo.
Estos van á ser los primeros
ensayos de una nación que sale de la tutela en que se ha mantenido por tres
siglos; y no obstante, los pueblos cultos, los pueblos consumados en el arte de
gobernar, admirarán la maestría con que se lleva á su último término el
grandioso proyecto de nuestra deseada emancipación. Verán conciliados los
intereses al parecer más opuestos, vencidas las dificultades más exageradas y
afianzada la paz y la unión con los bienes todos de la sociedad.
Permitidme, pues, que en las
tiernas efusiones de mi corazón sensible os felicite una y mil veces ofreciendo
el tributo de mi obediencia á una corporación que reconozco cual suprema
autoridad, establecida para regir provisionalmente nuestra América, y
consolidar la posesión de sus más preciosos derechos.
Unidos mis sentimientos con los
del Ejército Imperial, os ofrezco también su más exacta sumisión. Él es un
robusto apoyo, y declarado por tan santa causa, no dejará las armas hasta no
ver perfeccionada la obra de nuestra restauración. Caminad, pues, ¡oh padres de la
patria! Caminad á paso firme y con ánimo tranquilo; desplegad toda la energía
de vuestro ilustrado celo; conducid al pueblo mexicano al encumbrado solio á
donde lo llama su destino, y disponeos á recibir los laureles de la
inmortalidad.
Agustín de Iturbide
Fuente: " Los Presidente de México ante la nación" - XLVI Legislatura de la Cámara de Diputados
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