Omne regnum in se divisum
desolabitur.
Todo reino dividido en facciones será destruido y arruinado, dice Jesucristo nuestro bien." Cap. XI de San Lucas, v. XVII.
Sí, mis amados fieles: la
historia de todos los siglos, de todos los pueblos y naciones, la que ha pasado
por nuestros ojos de la Revolución francesa, la que pasa actualmente en la
Península, en nuestra amada y desgraciada patria, confirman la verdad infalible
de este divino oráculo. Pero el ejemplo mas análogo a nuestra situación, lo
tenemos inmediato en la parte francesa de la isla de Santo Domingo, cuyos
propietarios eran los hombres más ricos, acomodados y felices que se conocían
bajo la tierra.
La población era compuesta casi
como la nuestra de franceses europeos y franceses criollos, de indios naturales
del país, de negros y de mulatos, y de castas resultantes de las primeras
clases. Entró la división y la anarquía por
efecto de la citada Revolución francesa, y todo se arruinó y se destruyó en lo
absoluto. La anarquía en la Francia
causó la muerte de dos millones de franceses, esto es, cerca de dos vigésimos,
la porción más florida de ambos sexos que existía; arruinó su comercio y su
marina, y atrasó la industria y la agricultura.
Pero la anarquía en Santo Domingo
degolló todos los blancos franceses y criollos, sin haber quedado uno siquiera;
y degolló los cuatro quintos de todos los demás habitantes, dejando la quinta
parte restante de negros y mulatos en odio eterno y guerra mortal en que deben
destruirse enteramente. Devastó todo el país quemando y destruyendo todas las
posesiones, todas las ciudades, villas y lugares, de suerte que el país mejor
poblado y cultivado que había en todas las Américas, es hoy un desierto,
albergue de tigres y leones. He aquí el cuadro horrendo, pero fiel, de los
estragos de la anarquía en Santo Domingo.
La Nueva España, que había
admirado la Europa por los más brillantes testimonios de lealtad y patriotismo
en favor de la madre patria, apoyándola y sosteniéndola con sus tesoros, con su
opinión y sus escritos, manteniendo la paz y la concordia a pesar de las
insidias y tramas del tirano del mando, se ve hoy amenazada con la discordia y
anarquía y con todas las desgracias que la siguen, y ha sufrido la citada isla
de Santo Domingo.
Un ministerio del Dios de la paz,
un sacerdote de Jesucristo, un pastor de las almas (no quisiera decirlo), el
cura de Dolores don Miguel Hidalgo (que había merecido hasta aquí mi confianza
y mi amistad), asociado de los capitanes del regimiento de la Reina, D. Ignacio
Allende, D. Juan de Aldama y D. José Mariano Abasolo, levantó el estandarte de
la rebelión y encendió la tea de la discordia y anarquía, y seduciendo una
porción de labradores inocentes, les hizo tomar las armas, y cayendo con ellos
sobre el pueblo de Dolores el 16 del corriente al amanecer, sorprendió y
arrestó los vecinos europeos, saqueó y robó sus bienes; y pasando después a las
siete de la noche a la villa de San Miguel el Grande, ejecutó lo mismo,
apoderándose en una y otra parte de la autoridad y del gobierno.
El viernes 21 ocupó del mismo
modo a Celaya, y, según noticias, parece que se ha extendido ya a Salamanca e
Irapuato. Lleva consigo los europeos
arrestados, y, entre ellos, al sacristán de Dolores, al cura de Chamacuero, y a
varios religiosos carmelitas de Celaya, amenazando a los pueblos que los ha de
degollar si le oponen alguna resistencia.
E insultando a la religión y a
nuestro soberano Don Fernando VII, pintó en su estandarte la imagen de nuestra
augusta patrona, Nuestra Señora de Guadalupe, y le puso la inscripción
siguiente: iViva la Religión! iViva nuestra Madre Santísima de Guadalupe! iViva
Fernando VII! iViva la América! y ¡Muera el mal gobierno! . Como la religión
condena a la rebelión, el asesinato, la opresión de los inocentes, y la Madre
de Dios no puede proteger los crímenes, es evidente que el cura de Dolores,
pintando en su estandarte de sedición la imagen de Nuestra Señora, y poniendo
en él la referida inscripción, cometió dos sacrilegios gravísimos insultando a
la religión, y a Nuestra Señora.
Insulta igualmente a nuestro
soberano, despreciando y atacando el gobierno que le representa, oprimiendo sus
vasallos inocentes, perturbando el orden público, y violando el juramento de
fidelidad al soberano y al gobierno, resultando perjuro igualmente que los
referidos capitanes. Sin embargo,
confundiendo la religión con el crimen, y la obediencia con la rebelión, ha
logrado seducir el candor de los pueblos, y ha dado bastante cuerpo a la
anarquía que quiere establecer.
El mal haría rápidos progresos si
la vigilancia y energía del gobierno y la lealtad ilustrada de los pueblos no
los detuviesen. Yo, que a solicitud vuestra, y sin cooperación alguna de mi
parte, me veo elevado a la alta dignidad de vuestro obispo, de vuestro pastor y
padre, debo salir al encuentro a este enemigo, en defensa del rebaño que me es
confiado, usando de la razón y la verdad contra el engaño; y del rayo terrible
de la excomunión contra la pertinacia y protervia.
Si, mis caros y muy amados
fieles; yo tengo derechos incontestables a vuestro respeto, a vuestra sumisión
y obediencia en la materia. Soy europeo
de origen; pero soy americano de adopción por voluntad, y por domicilio de más
de treinta y un años.
No hay entre vosotros uno solo
que tome más interés en vuestra verdadera felicidad. Quizá no habrá otro que se
afecte tan dolorosa y profundamente como yo en vuestras desgracias, porque
acaso no ha habido otro que se haya ocupado y ocupe tanto de ellas. Ninguno ha trabajado tanto como yo en promover
el bien público, en mantener la paz y concordia entre todos los habitantes de
la América y en prevenir la anarquía que tanto he temido desde mi regreso de la
Europa. Es notorio mi carácter y mi celo. Así, pues, me debéis creer.
En este concepto, y usando de la
autoridad que ejerzo como obispo electo y gobernador de esta mitra, declaro:
que el referido D. Miguel Hidalgo, cura de Dolores, y sus secuaces los tres
citados capitanes, son perturbadores del orden público, seductores del pueblo,
sacrílegos, perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del Canon
Siquis Suadente Diabolo, por haber atentado a la persona y libertad del
sacristán de Dolores, del cura de Chamacuero, y de varios religiosos del
convento del Carmen de Celaya, aprisionándolos y manteniéndolos arrestados.
Los declaro excomulgados vitandos y prohibiendo, como prohíbo, el que
ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo la pena de excomunión mayor, ipso
facto insurrenda, sirviendo de monición este edicto, en que desde ahora para
entonces declaro incursos a los contraventores.
Asimismo, exhorto y requiero a la
porción del pueblo que trae seducido, con título de soldados y compañeros de
armas, que se restituyan a sus hogares y lo desamparen dentro del tercero día
siguiente inmediato al que tuvieren noticia de este edicto, bajo la misma pena
de excomunión mayor, en que desde ahora para entonces los declaro incursos y a
todos lo que voluntariamente se alistaren en sus banderas, o que de cualquiera
modo les dieren favor y auxilio. Ítem: declaro que el dicho cura Hidalgo y sus
secuaces son unos seductores del pueblo, y calumniadores de los europeos. Sí,
mis amados fieles, es una calumnia notoria.
Los europeos no tienen ni pueden
tener otros intereses que los mismos que tenéis vosotros los naturales del
país; es a saber, auxiliar la madre patria en cuanto se pueda, defender estos
dominios de toda invasión extranjera para el soberano que hemos jurado, o
cualquiera otro de su dinastía, bajo el gobierno que le representa, según y en
la forma que resuelva la nación representada en las Cortes que, como se sabe,
se están celebrando en Cádiz o isla de León, con los representados interinos de
las Américas mientras llegan los propietarios.
Esta es la égida bajo la cual nos debemos acoger; este es el centro de
unidad de todos los habitantes de este reino, colocado en manos de nuestro
digno jefe el Exmo. Sr. Virrey actual que, lleno de conocimientos militares y
políticos, de energía y justificación, hará de nuestros recursos y voluntades
el uso más conveniente para la conservación de la tranquilidad, del orden
público, y para la defensa exterior de todo el reino.
Unidas todas las clases del
Estado de buena fe, en Paz y concordia bajo un jefe semejante, son grandes los
recursos de una nación como la Nueva España, y todo lo podremos conseguir. Pero desunidos, roto el freno de las leyes,
perturbado el orden público, introducida la anarquía como pretende el cura de
Dolores, se destruiría este hermoso país.
El robo, el pillaje, el incendio, el asesinato, las venganzas
incendiarán las haciendas, las ciudades, villas y lugares, exterminarán los
habitantes, y quedará un desierto para el primer invasor que se presente en
nuestras costas.
Sí, mis caros y amados fieles;
tales son los efectos inevitables y necesarios de la anarquía. Detestadla con
todo vuestro corazón; armaos con la fe católica contra las sediciones
diabólicas que os conturban: fortificad vuestro corazón con la caridad
evangélica que todo lo soporta y todo lo vence. Nuestro Señor Jesucristo, que
nos redimió con su sangre, se apiade de nosotros, y nos proteja en tanta
tribulación, como humilde se lo suplico.
Y para que llegue a noticia de
todos y ninguno alegue ignorancia, he mandado que este edicto se publique en esta
Santa Iglesia catedral, y se fije en sus puertas, según estilo, y que lo mismo
se ejecute en todas las parroquias del obispado, dirigiéndose al efecto los
ejemplares correspondientes. Dado en Valladolid a veinticuatro días del mes de
Septiembre de mil ochocientos diez.
Sellado con el sello de mis
armas, y refrendado por el infrascrito secretario- Manuel Abad y Queipo, Obispo
electo de Michoacán.- Por mandado de S.S.I., el Obispo
mi Sr. Santiago Camina, secretario.
Fuente: "México y sus revoluciones" - Don José María Luis Mora
Fuente: "México y sus revoluciones" - Don José María Luis Mora
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