Alarga el
día en matinal hilera
tibias
manchas de sol por la ciudad.
Se adivina
casi la primavera,
como si
descendiera
en lentas
ráfagas de claridad.
La luz, la
luz sumisa
(si no fuera
la luz, la
llamaran sonrisa)
al trepar en
los muros, por ligera,
dibuja la
imprecisa
ilusión de
una blanda enredadera.
¡Ondula,
danza y trémula se irisa!
Y la ciudad,
con íntimo candor,
bajo el rudo
metal de una campana
despierta a
la inquietud de la mañana,
y en gajos
de color se deshilvana.
Pero puso el
Señor,
a lo largo
del día,
esencias de
dolor
y agudo
clavo de melancolía.
Porque la
claridad, al descender
en giros de
canción,
enciende una
alegría de mujer
en el espejo
gris del corazón.
Si ayer
vimos la luna, desleída
sobre un
alto silencioso de montañas...
si ayer la
vimos derramarse en una
indulgencia
de lámpara afligida,
y duele
desnatar en las pestañas
el oro de la
luna.
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