Al pueblo mexicano:
La reelección indefinida, forzosa
y violenta, del ejecutivo federal, ha puesto en peligro las instituciones
nacionales.
En el Congreso una mayoría
regimentada por medios reprobados y vergonzosos, ha hecho ineficaces los nobles
esfuerzos de los diputados independientes y convertido la representación
nacional en una cámara cortesana, obsequiosa y resuelta a seguir siempre los
impulsos del ejecutivo.
En la Suprema Corte de Justicia,
la minoría independiente que había salvado algunas veces los principios
constitucionales de este cataclismo de perversión e inmoralidad, es hoy
impotente por la falta de dos de sus más dignos representantes y el ingreso de
otro llevado allí por la protección del ejecutivo. Ninguna garantía ha tenido
desde entonces amparo; los jueces y magistrados pundonorosos de los tribunales
federales son sustituidos por agentes sumisos del Gobierno; los intereses más
caros del pueblo y los principios de mayor trascendencia quedan a merced de los
perros guardianes.
Varios Estados se hallan privados
de sus autoridades legítimas y sometidos a gobiernos impopulares y tiránicos,
impuestos por la acción directa del ejecutivo, y sostenidos por las fuerzas
federales. Su soberanía, sus leyes y la voluntad de los pueblos han sido
sacrificadas al ciego encaprichamiento del poder personal.
El ejército, gloriosa
personificación de los principios conquistados desde la revolución de Ayutla
hasta la rendición de México en 1867, que debiera ser atendido y respetado por
el Gobierno para conservarle la gratitud de los pueblos, ha sido abajado y
envilecido obligándolo a servir de instrumento de odiosas violencias contra la
libertad del sufragio popular, y haciéndole olvidar las leyes y los usos de la
civilización cristiana en México, Atexcatl, Tampico, Barranca del Diablo, la
Ciudadela y tantas otras matanzas que nos hacen retroceder a la barbarie.
Las rentas federales, pingües,
saneadas, como no lo habían sido en ninguna otra época, toda vez que el pueblo
sufre los gravámenes decretados durante la guerra, y que no se pagan la deuda
nacional ni la extranjera, son más que suficientes para todos los servicios
públicos, y deberán haber bastado para el pago de las obligaciones contraídas
en la última guerra, así como para fundar el crédito de la Nación, cubriendo el
rédito de la deuda interior y exterior legítimamente reconocida. A esta hora,
reducidas las erogaciones y sistemada la administración rentística, fácil sería
dar cumplimiento del precepto constitucional, librando al comercio de las
trabas y dificultades que sufre con los vejatorios impuestos de alcabalas, y al
erario de un personal oneroso.
Pero lejos de esto, la ineptitud
de unos, el favoritismo de otros y la corrupción de todos, ha cegado esas ricas
fuentes de la pública prosperidad: los impuestos se reagravan, las rentas se
dispendían, la Nación pierde todo el crédito y los favoritos del poder
monopolizan sus espléndidos gajes. Hace cuatro años que su procacidad pone a
prueba nuestro amor a la paz, nuestra sincera adhesión a las instituciones. Los
males públicos exacerbados produjeron los movimientos revolucionarios de
Tamaulipas, San Luis, Zacatecas y otros Estados; pero la mayoría del gran
partido liberal no concedió sus simpatías a los impacientes, sin tenerla por la
política de presión y arbitrariedad del Gobierno, quiso esperar con el término
del período constitucional del encargo del ejecutivo, la rotación legal
democrática de los poderes que se prometía obtener en las pasadas elecciones.
Ante esta fundada esperanza que,
por desgracia, ha sido ilusoria, todas las impaciencias de moderaron, todas las
aspiraciones fueron aplazadas y nadie pensó más que en olvidar agravios y
resentimientos, en restañar las heridas de las anteriores disidencias y en
reanudarlos lazos de unión entre todos los mexicanos. Sólo el Gobierno y sus
agentes, desde las regiones del ejecutivo, en el recinto del Congreso, en la
prensa mercenaria, y por todos los medios, se opusieron tenaz y caprichosamente
a la amnistía que, a su pesar, llegó a decretarse por el concurso que supo
aprovechar la inteligencia y patriótica oposición parlamentaria del V Congreso
Constitucional. Esa ley convocaba a todos los mexicanos a tomar parte en la
lucha electoral bajo el amparo de la Constitución, debió ser el principio de
una época de positiva fraternidad, y cualquiera situación creada realmente en
el terreno del sufragio libre de los pueblos, contaría hoy con el apoyo de
vencedores y vencidos.
Los partidos, que nunca entienden
las cosas en el mismo sentido, entran en la liza electoral llenos de fe en el
triunfo de sus ideas e intereses, y vencidos en buena lid, conservan la
legítima esperanza de contrastar más tarde la obra de su derrota, reclamando
las mismas garantías de que gozaban sus adversarios; pero cuando la violencia
se arroga los fueros de la libertad, cuando el soborno sustituya a la honradez
republicana, y cuando la falsificación usurpa el lugar que corresponde a la
verdad, la desigualdad de la lucha, lejos de crear ningún derecho, encona los
ánimos y obliga a los vencidos por tan malas artes a rechazar el resultado como
legal y atentatorio.
La Revolución de Ayutla, los
principios de la Reforma y la conquista de la independencia y de las
instituciones nacionales se perderían para siempre si los destinos de la
República hubieran de quedar a merced de una oligarquía tan inhábil como
absorbente y antipatriótica; la reelección indefinida es un mal de menos
trascendencia por perpetuidad de un ciudadano en el ejercicio del poder que por
la conservación de las prácticas abusivas, de las confabulaciones ruinosas y
por la exclusión de otras inteligencias e intereses, que son las consecuencias
necesarias de la inmutabilidad de los empleados de la administración pública.
Pero los sectarios de la
reelección indefinida prefieren sus aprovechamientos personales a la
Constitución, a los principios y a la República misma. Ellos convirtieron esa
suprema apelación al pueblo en una farsa inmoral, corruptora, con mengua de la
majestad nacional que se atreven a tocar.
Han relajado todos los resortes
de la administración buscando cómplices en lugar de funcionarios pundonorosos.
Han derrochado los caudales del
pueblo para pagar a los falsificadores del sufragio.
Han conculcado la inviolabilidad
de la vida humana, convirtiendo en práctica cotidiana, asesinatos horrorosos,
hasta el grado de ser proverbial la funesta frase de Ley-fuga.
Han empleado las manos de sus
valientes defensores en la sangre de los vencidos, obligándolos a cambiar las
armas del soldado por el hacha del verdugo.
Han escarnecido los más altos
principios de la democracia, han lastimado los más íntimos sentimientos de la
humanidad, y se han befado de los más caros y trascendentales preceptos de la
moral.
Reducido el número de diputados
independientes por haberse negado ilegalmente toda representación a muchos
distritos, y aumentado arbitrariamente el de los reeleccionistas, con
ciudadanos sin misión legal, todavía se abstuvieron de votar 57 representantes
en la elección de presidente, y los pueblos la rechazan como ilegal y
antidemocrática.
Requerido en estas
circunstancias, instado y exigido por numerosos y acreditados patriotas de
todos los Estados, lo mismo de ambas fronteras, que del interior y de ambos
litorales, ¿qué debo hacer?
Durante la revolución de Ayutla
salí del colegio a tomar las armas por odio al despotismo: en la guerra de
Reforma combatí por los principios, y en la lucha contra la invasión
extranjera, sostuve la independencia nacional hasta restablecer al Gobierno en
la capital de la República.
En el curso de mi vida política
he dado suficientes pruebas de que no aspiro al poder, a cargo, ni empleo de
ninguna clase; pero he contraído también graves compromisos para con el país
por su libertad e independencia, para con mis compañeros de armas, con cuya
cooperación he dado cima a difíciles empresas, y para conmigo mismo de no ser
indiferente a los males públicos.
Al llamado del deber, mi vida es
un tributo que jamás he negado a la patria en peligro: mi pobre patrimonio,
debido a la gratitud de mis conciudadanos, medianamente mejorado con mi trabajo
personal; cuanto valgo por mis escasas dotes, todo lo consagro desde este
momento a la causa del pueblo.
Si el triunfo corona nuestros
esfuerzos, volverá a la quietud del hogar doméstico prefiriendo en todo caso la
vida frugal y pacífica del obscuro labrador, a las ostentaciones del poder.
Si por el contrario, nuestros
adversarios son más felices, habré cumplido mi último deber para con la
República.
Combatiremos, pues, por la causa
del pueblo, y el pueblo será el único dueño de su victoria.
"Constitución de 57 y
libertad electoral" será nuestra bandera; "Menos gobierno y más
libertades", nuestro programa.
Una convención de tres
representantes por cada Estado, elegidos popularmente, dará el programa de la
reconstrucción constitucional, y nombrará un presidente constitucional de la
República, que por ningún motivo podrá ser el actual depositario de la guerra.
Los delegados, que serán
patriotas de acrisolada honradez, llevarán al seno de la convención las ideas y
aspiraciones de sus respectivos Estados, y sabrán formular con lealtad y
sostener con entereza las exigencias verdaderamente nacionales.
Sólo me permitiré hacer eco a las
que se me han señalado como más ingentes; pero sin pretensión de acierto ni
ánimo de imponerlas como una resolución preconcebida, y protestando desde ahora
que aceptaré sin resistencia ni reserva alguna, los acuerdos de la convención.
Que la elección de presidente sea
directa, personal, y que no pueda ser elegido ningún ciudadano que en el año
anterior haya ejercido por un solo día autoridad o encargo cuyas funciones se
extiendan a todo el territorio nacional.
Que el Congreso de la Unión sólo
pueda ejercer funciones electorales, en asuntos puramente económicos, y en
ningún caso para la designación de altos funcionarios públicos.
Que el nombramiento de los
secretarios del despacho y de cualquier empleado o funcionario que disfrute por
sueldos o emolumentos más de tres mil pesos anuales, se someta a la aprobación
de la cámara.
Que la unión garantice a los
ayuntamientos, derechos y recursos propios como elementos indispensables para
su libertad e independencia.
Que se garantice a todos los
habitantes de la República el juicio por jurados populares que declaren y
califiquen la culpabilidad de los acusados; de manera que a los funcionarios
judiciales sólo se les concede la facultad de aplicar la pena que designen las
leyes pre-existentes.
Que se prohíban los odiosos
impuestos de alcabala y se reforme la ordenanza de aduanas marítimas y
fronterizas, conforme a los preceptos constitucionales y a las diversas
necesidades de nuestras costas y fronteras.
La convención tomará en cuenta
estos asuntos y promoverá todo lo que conduzca al restablecimiento de los
principios, al arraigo de las instituciones y al común bienestar de los habitantes
de la República.
No convoco ambiciones bastardas
ni quiero avivar los profundos rencores sembrados por las demasías de la
administración. La insurrección nacional que ha de devolver su imperio a las
leyes y a la moral ultrajadas, tiene que inspirarse en nobles y patrióticos
sentimientos de dignidad y justicia. Los amantes de la Constitución y de la
libertad electoral son bastante fuertes en el país de Herrera, Gómez Farías y
Ocampo, para aceptar la lucha contra los usurpadores del sufragio popular.
Que los patriotas, los sinceros
constitucionalistas, los hombres del deber, presten su concurso a la causa de
la libertad electoral; y el país salvará sus más caros intereses. Que los
mandatarios públicos, reconociendo que sus poderes son limitados, devuelvan
honradamente al pueblo elector el depósito de su confianza en los períodos
legales, y la observancia estricta de la Constitución será verdadera garantía
de paz. Que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder, y
ésta será la última revolución.
Porfirio Díaz.
La Noria, noviembre de 1871.
Fuente : http://www.ordenjuridico.gob.mx/Constitucion/NORIA.pdf
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