“…El día 12 de junio ( de 1864 ) las principales calles de la ciudad
parecían más bien los corredores de un vastísimo y suntuoso palacio; arcos de
triunfo bellísimos y de exquisito gusto formados con flores naturales, largos
tramos ricamente alfombrados, colosales espejos, enormes banderas nacionales y
extranjeras, ir y venir de elegantes damas y apuestos caballeros, todo, repito,
hacía que las calles principales de la capital tuvieran más bien el aspecto de
los corredores o de las terrazas de un vastísimo y suntuoso palacio que el de
las calles de una ciudad.
Todos los templos de la capital
echaron a vuelo sus campanas y las salvas de artillería se sucedían sin
interrupción. A la vanguardia de la comitiva iba el regimiento de lanceros
mexicanos al mando del Coronel López. Este regimiento venía escoltando a Sus
Majestades desde Veracruz y fue denominado algún tiempo después Regimiento de
la Emperatriz. En seguida venía el regimiento de Cazadores de África y los
húsares franceses que precedían la carroza de Sus Majestades.
A ambos lados de ésta y en
magnificos caballos iban los generales Bazaine y Neigre, escoltados por su
numeroso y brillante Estado Mayor; seguían al carruaje imperial sesenta coches
ocupados por los altos dignatarios del Imperio; cerrándose el cortejo con un
regimiento de caballería mexicana.
Dirigiéronse primero los
soberanos a la Catedral, donde se entonó un solemne Te Deum y después de esta
ceremonia, a pie, se dirigieron al Palacio, en medio de una multitud de más de
cien mil personas que llenaban el aire
con ensordecedores vivas y aplausos.
Entre aquel mar humano, pude por vez primera contemplar rápidamente y a
unos cuantos pasos al hombre a quien después había de ser acreedor a beneficios
sin cuento.
Le vi pasar, arrogante, majestuoso y esbelto; impresionándome por vez
primera sobre todo, la dulzura de su mirada; mirada azul, bondadosa y profunda,
que tantas veces me fue concedido contemplar después. Su larga barba de oro
dividida en el centro le daba un aspecto tal de Majestad, que era imposible
verle sin sentirse desde luego atraído y fascinado. Desde el balcón del
Palacio, Sus Majestades saludaron a la multitud y por la milésima vez en ese
día, se repitieron los vivas, los aplausos y las más estruendosas
manifestaciones de entusiasmo y simpatía.
Quince días duraron las fiestas
imperiales, quince días de regocijo continuo, de constante alegría de pompas
revistas militares, de representaciones de gala en la Opera, de grandes bailes
ofrecidos por la municipalidad, de festejos sin cuento….“
José Luis Blasio ( Secretario particular de Maximiliano de Habsburgo )
Fuente: ” Maximiliano íntimo . El Emperador Maximiliano y su corte “ , José Luis Blasio (1905)
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