A mis amigos
de monterrey
Cuando
clarea o ya cuando atardece,
se destacan
informes a lo lejos
cual una
sombra azul, que a los reflejos
del
crepúsculo gris se desvanece.
Mas su
contorno gigantesco crece
festonado
por árboles añejos
que se
erizan cual ásperos cadejos,
cuando el
día triunfante resplandece.
Y en la
noche, los áridos peñascos,
las
vértebras enormes del coloso,
sus
empinados riscos y crestones,
semejan, en
bosquejo tremebundo,
el esqueleto
rígido y monstruoso
de un muerto
sol pesando sobre el mundo.
II
Contempladas
de cerca, repentino
asombro se
apodera de la mente
y en los
nervios y músculos se siente
circular el
pavor de lo divino.
No el blando
helecho ni el robusto encino
predominan
en la áspera vertiente,
ni fulgura
en las cumbres castamente
la blanca
nieve del paisaje andino.
Sus arrugas
de piedra, sus picachos
donde el
hierro incrustóse en rojas vetas
y plantó el
jaramago sus penachos,
aparecen
cual hachas formidables,
titánicos
puñales y saetas,
lanzas
ingentes y ciclópeos sables.
III
¿Por qué
muestra tan épica figura
esa enorme
cadena de montañas?
Sus formas
terroríficas y extrañas
sólo Dios
modeló, no la ventura.
Bajo su
prodigiosa arquitectura
se guarecen
palacios y cabañas,
fructifican
los trigos y las cañas
y el
abundoso manantial murmura.
Y allá,
sobre las cumbres de granito,
las águilas
indianas siempre alertas,
bajo el
dosel azul del infinito
guardando
están de nuestro honor las puertas,
al ultraje
cerradas y al delito,
a la
esperanza y al amor abiertas.
MANUEL JOSÉ
OTHÓN
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